Imagen
de Kagemusha ("La sombra del
guerrero"), una de las grandes films épicos del
cine Akira
Kurosawa.
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El cine japonés es una de las vertientes más especiales de
la historia del séptimo arte. Sus temas se alimentan de su
historia épica y trágica, de su espiritualidad ancestral o de
su nueva realidad presente. En este momento de la sección de
Cine de Temakel presentamos este artículo de Alfredo
Domingo Colozzo ( editado originalmente en la interesante
página cultural Academia de la pipa (http://www.academiadelapipa.org.ar
); este texto es un valioso mapa introductorio a las principales obra de la
cinematografía nipona en la que sobresalen directores artistas
como Akira Koruzawa, el más conocido en Occidente, y también
otros grandes creadores como Nenji Mizoguchi, Yasujiro
Ozu, Kon
Ichikawa,
Soei Imamura, Tadashi
Imai, entre otros.
RESEÑA
HISTÓRICA DEL CINE JAPONÉS
Por
Alfredo Domingo Colozzo
El espectáculo cinematográfico, ideado en Occidente, se
propagó rápidamente a nivel mundial por el simple hecho de
que, a partir de la conferencia de Berlín de los años ochenta
del siglo XIX, o sea, sólo una década antes de la invención
del cine, las potencias europeas y su prolongación
norteamericana, se habían fagocitado el planeta, repartiéndoselo
y creando un mercado mundial “globalizado”, es decir,
dominado totalmente por ellas. El cinematógrafo, producto de la
revolución industrial de Occidente, aparato mecánico-óptico
base de un espectáculo público, de una industria y un
comercio, tuvo obligada difusión
por Oriente y América Latina.
En
Japón, este espectáculo se instaló tempranamente, y su
aceptación fue creciendo hasta alcanzar niveles de fanatismo,
superiores incluso a los de Occidente.
Hacia los años veinte, este país-potencia, creado como
tal por la Inglaterra imperial para que, como discípulo y
aliada, frenara el expansionismo del imperio de los zares en
China –para afianzar el propio- disponía de una fuerte
industria cinematográfica sólo comparable a la de Hollywood, a
punto tal que la producción de films mudos, alcanzó los 800 y
900 anuales.
Como
en todas partes, ese cine nacional se alimentó de los hábitos,
costumbres y tradiciones de un país dos veces milenario y que
disponía, además, de uno de los más ricos acerbos culturales
del planeta: “la Grecia de Oriente”, como la llamara el gran
historiador de arte Elie Faure.
Al igual que en Francia y en otros países de rica
herencia teatral, el cine nipón bebió también en las fuentes
del drama NO y KABUKI, incluso los papeles femeninos no eran
interpretados –como en aquéllos- por mujeres, dada su reclusión
social, sino por hombres, al igual que en la tragedia griega, en
la que la mujer sólo tenía acceso al coro. Lo mismo ocurrió
respecto a la música, la literatura y la plástica. De esta última
especialmente, los cineastas japoneses abrevan en los antiguos
grabados de Utamaro, de Iroshigue y de Hokusai.
Un
personaje importante del cine en sus primeras épocas - y en el
cine japonés hasta finales del mudo- fue el “charlatán” o
“benshi”, encargado de comentar la trama de los films
durante la misma proyección. En occidente parecen haber tenido
vigencia sólo durante la etapa pionera en la que todavía no se
habían ideado las leyendas explicativas o intertítulos. Pero
en Japón su arraigo fue más duradero y, según algunos
historiadores tuvo, mientras duró, el efecto negativo de alejar
a los intelectuales del cine.
II
En
los años veinte el cine japonés, al igual que en muchos otros
países –Estados Unidos, Francia, Alemania, Rusia-, está en
su apogeo, tanto como industria, comercio, arte y espectáculo.
Destacan los historiadores del cine japonés, los nombres de
Uchida, Mizoguchi y Kinugasa. TOMU UCHIDA, hombre de izquierdas
se inicia en 1927 con EL
ZAPATO y realiza una adaptación revolucionaria –según
Sadoul- de “El pájaro azul” de Maeterlinck. En los años
treinta realiza, para el movimiento que algunos denominan
“neorrealismo japonés” –anterior al italiano- LA
CIUDAD DESNUDA (1936) y LA
TIERRA (1939). Durante la guerra, enviado a Manchuria, se
pasa a los ejércitos libertadores de Mao y ayuda a organizar
sus servicios cinematográficos. Regresa a Japón años después,
terminada la guerra de Corea, y sigue realizando films hasta la
década del sesenta, tendiendo a especializarse en el género
histórico. Adapta, también, obras del teatro Kabuki, como LA
ZORRA LOCA de 1962.
KENJI
MIZOGUCHI (imagen abajo
derecha) inicia en
1922, la que iba a ser una de las más largas y prolíferas
carreras: -86 films (según otros 100 o 150)-, para
especializarse paulatinamente en el tema de la mujer en la
historia de la sociedad japonesa: prostitutas, empleadas,
trabajadoras, burguesas, aristócratas. TEINOSUKE KINUGASA se
inicia en el teatro y pasa al cine en papeles “femeninos”,
desarrollando una extensa carrera que llega a los años sesenta.
En
1928 se traslada a Europa y establece contacto con Eisenstein y
Pudovkin. Hacia fines del mudo comienza también su labor
YASUJIRO OZU, el más oriental de los grandes cineastas
japoneses. También lo hace HEINOSUKE GOSHO por esos años de
1925, que rueda el primer film sonoro japonés, AMA
Y SEÑORA (1931). Otro cineasta destacado que se inicia en
los años veinte –1923- es DAISUKE ITOH, con films
caracterizados por su violencia; después de 1930 se especializa
en los films históricos de sable, llamados “Chambaras”.
Filmó hasta los años sesenta, llegando a utilizar el color y
el cinemascope. Se le atribuyen más de cien films. Por ese
mismo año treinta, un muy joven artista plástico, AKIRA
KUROSAWA, adhería al Comité de Artistas Proletarios,
movimiento izquierdista del arte japonés de ese entonces.
III
Durante
la década de los treinta, ya sonoro, va madurando el arte japonés
del film, al socaire de una producción de más de cuatrocientas
películas anuales. Las obras de Mizoguchi, Ozu, Uchida,
Kinugasa, Gosho y Mikio Naruse acusan fuerte relieve y animan la
llamada Escuela del Nuevo Realismo Japonés, cuya influencia
alcanzó a la cinematografía china, en la que provocó un
movimiento similar y paralelo. Pero la gran maduración estética
del cine japonés estaba aún por llegar. Sin embargo, nos dicen
Shinobu y Marcel Giuglaris en su “El cine japonés”: “Con
el sonoro y con la desaparición de los “benshis”, una parte
de los intelectuales se decidió a ir a ver las películas
japonesas y varios escritores empezaron a colaborar en el
cine.” Las
grandes compañías se especializan según los géneros: la
SHOCHIKU y NIKKATSU en films históricos; la TOHO en films
modernos, rodando vodeviles y novelas rosas. Poco después, el
militarismo en el poder, trató de imponer las películas
“patrióticas” y de propaganda, acentuando la censura para
una enorme producción de 600 a 700 films anuales. Otros dos
realizadores se destacaron durante esa década, además de los
nombrados, HIROSHI INAGAKI e HIROSHI SHIMIZU, este último bajo
una “visible influencia de René Clair”.
IV
Después
de haber asimilado sus primeras conquistas –Corea y Taiwán-,
permitidas por las potencias occidentales, el Imperio Japonés,
vencedor de los rusos en 1905, decide que ha llegado el momento
de ser ellos –y no ingleses o rusos-, los que tienen
“derecho” a fagocitarse a China, y en 1931 ocupan
militarmente la Manchuria, a la que incorporan bajo el disfraz
de “Estado independiente del Manchukuo”. Con esta anexión
el imperio japonés se fortalecía extraordinariamente, dadas
las riquezas mineras –hierro y carbón- y la producción
cerealera de un territorio mayor que el resto del imperio, cuya
población total era ahora de 190.000.000 de habitantes,
superior a la de los imperios ruso o norteamericano. En 1937 se
lanza Japón abiertamente a la conquista de China, para alarma
general de los imperios de Occidente, los de Francia y Gran
Bretaña, pero más particularmente para el estadounidense que,
con vistas al dominio de la cuenca del Pacífico, había ocupado
las islas Hawai a mediados del siglo XIX, le había arrebatado
las Filipinas a España –en una guerra desigual- a fines de
ese mismo siglo, y había participado del reparto de China
compartiendo el tercio sur con Francia.
En
1939 estalla la guerra en Europa y en 1941 Rusia y los Estados
Unidos entran en la contienda, transformándose en una nueva
guerra mundial. El militarismo japonés en el poder -como en
todas las otras potencias- ejerció una estrecha vigilancia
sobre el cine, ahogando así sus libertades.
Pero, al finalizar la guerra, tras el holocausto de
Hiroshima y Nagasaki, se da rápidamente un resurgir del cine
como medio de expresión, similar –aunque de menos resonancia-
al de la Italia derrotada.
V
Los
grandes talentos de Mizoguchi, Kinugasa y Ozu llegan a su plena
maduración estética. Reynosuke Kinugasa nos brinda una obra
maestra del melodrama japonés con LAS
PUERTAS DEL INFIERNO (1953), maravilla de film en color,
ritual, como las mejores obras japonesas, con una secuencia
inicial antológica, la “sugerencia” de un ataque de
guerreros a un campamento, resuelto en una suma de detalles, más
que en el panorama general de la batalla.
La
maduración del arte de Yasujiro Ozu (abajo izquierda) lo lleva
a expresarse con una suprema economía de medios, un rigor y una
austeridad tal que algunos críticos han hablado de “olor del Zen”.
Se inicia a fines del cine mudo, produce durante los años
treinta, combate en China y cae prisionero, prosigue su labor en
la posguerra y logra sus obras más perfectas con EL
TRIGO DE OTOÑO (1951), CUENTOS
DE TOKIO (1953), FLORES
DEL EQUINOCCIO (1958),
TARDE DE OTOÑO.
Una obra rigurosa, de unos treinta films, de dramas y
comedias en ambientes de empleados y pequeños burgueses. Ha
dicho: “Ahora los films con estructura dramática acusada me
cansan. Está claro que un film ha de tener una estructura, pero
no es bueno que destaque demasiado el drama.”.
Wim Wenders, ese grande del moderno cine alemán, artista
reconocido de su herencia cinéfila, realiza en los años
ochenta, un film documental de homenaje a un Ozu ya fallecido,
entrevistando a aquellos que lo conocieron en vida,
especialmente a su muy devoto iluminador. Ese film, “Tokio-Ga”,
nos habla de ciertos hábitos de rodaje: una cámara baja a 50
centímetros de altura, un plano medio o figura entera, una
orientación frontal y otras muchas constantes expresivas avalan
el acerto de que, comparado con Ozu, el realizador más ascético
de Occidente, el francés Robert Bresson es casi un desorbitado.
Los temas de Ozu son, no más pero tampoco menos, que la vida
cotidiana en las actuales ciudades japonesas donde, al menos por
los años cuarenta y cincuenta, se seguía dando una transición
entre el Japón tradicional y otro moderno que imitaba en gran
medida -¿adaptación exterior o en profundidad?-, al mundo
occidental. Los pequeños-grandes conflictos de la familia
japonesa ante los requerimientos del mundo industrial moderno,
es su tema constante y obsesivo.
Kenji
Mizoguchi es, para muchos, el más grande realizador japonés de
todos los tiempos. Su obra, que abarca cuarenta años, es amplísima;
se habla de 150 e incluso 200 películas, aunque últimamente se
la reduzca a 86 títulos. En
cualquier caso, se trata de una obra comparable por su magnitud
a la de un John Ford y desarrollada en un período similar. El
tema recurrente en ella es la situación de la mujer en la
historia de la sociedad japonesa. Está a la cabeza del
movimiento del Nuevo Realismo en los treinta y realiza sus obras
maestras al final de su carrera MUJERES
EN LA NOCHE trata sobre las circunstancias que pueden llevar
a una mujer japonesa a la prostitución. VIDA
DE O,HARU desarrolla una situación cercana pero, en todo
caso, de una mujer que debe tener un hijo con un dignatario y
cederlo para que integre una familia de mayor rango social.
Antológica es la escena en que se permite a la madre ver pasar
a su hijo, en medio de un grupo de cortesanos, por los arriates
de un jardín; puede mirar pero no hablar, pero cuando pasa su
hijo ella lo sigue, una y otra vez escapa de los que tratan pero
no se atreven a retenerla. El juego virtuoso de planos y
montaje, hacen de ella una secuencia ejemplar. En LOS
47 RONIS, ese famoso episodio de la historia japonesa, en
que los cortesanos de un señor feudal, traicionado y ejecutado,
deciden vengarse del ofensor y luego suicidarse en masa como
protesta, las formas rituales del arte japonés alcanzan niveles
de alto virtuosismo. Su primer film en color, LA
EMPERATRIZ YANGKWEI FEI (1955) –si bien ambientada en
China-, aborda el tema de la mujer en los más altos niveles
sociales, a los que, sin embargo, llegan los prejuicios de las
sociedades patriarcales. Premiada en los festivales
internacionales y, por lo tanto, mejor distribuida, fue su UGEPSU
MONOGATARI, que tiene el subtítulo más poético de la
historia del cine: “Cuentos de la vaga luna después de la
lluvia”. El film, basado en una antigua pieza literaria, está
construido como una parábola. Narra la historia de dos
campesinos que se alejan de sus hogares para hacer fortuna y
ambos regresan escarmentados. Uno de ellos quiere ser guerrero e
incursiona por esos ámbitos, mientras en su propia comarca y su
propia casa, otros guerreros humillan a su familia y él mismo,
inexperto, resulta apaleado.
El otro incursiona, guiado por su espíritu romántico,
en inquietantes ámbitos sobrenaturales. En este último eje
narrativo, el más notable, el arte de Mizoguchi alcanza cimas
estéticas inefables, como en la secuencia de las barcas en un
lago cubierto de niebla, pieza maestra de la cineplástica.
VI
Japón,
aliado con Italia y Alemania –otras dos “potencias
rezagadas”- se lanza a la guerra a fin de promover un nuevo
reparto mundial de los países subyugados, que habrían de ser
llamados del “tercer mundo”, o sea, toda Africa, toda América
Latina, parte de la Europa subdesarrollada y toda Asia salvo Japón.
En lugar de centrarse en la conquista ya iniciada de
China y, eventualmente colaborar en la de las quince repúblicas
soviéticas, para repartírselas con sus aliados, se lanza Japón
a la conquista del Asia monzónica –Filipinas, Malasia,
Indonesia, Indochina, Birmania-, deteniéndose a las puertas de
la India Británica, a la espera de que sus aliados europeos se
le unan, luego de derrotar a la Unión Soviética, y desalojar
conjuntamente a los británicos del Indostán. Como el objetivo
ruso no se cumple, Japón queda expuesto en un
inmenso frente que va de Corea a la India y Australia,
sin haber completado la conquista de la populosa China en la que
los ejércitos de Mao Tse Tung y Chang Kai Chek, aliados ahora
ante el enemigo común, hostigan al invasor.
Los
norteamericanos, atacados en Pearl Harbour para que se mantengan
alejados de Asia –no hay intento alguno de invadir los Estados
Unidos-, descifran tempranamente el código “Flamenco” con
el que se comunicaba la flota japonesa, a la que van aniquilando
así –al conocer todos sus desplazamientos, planes de ataque,
lugares de concentración, unidades comprometidas-, aproximándose
al territorio metropolitano japonés, aprovechando la enorme
dispersión de fuerzas de su enemigo. Los rusos, eliminados ya
los alemanes –que se rinden en abril del 45-, refuerzan sus ejércitos
siberianos y con ellos arrasan las monumentales defensas
erigidas por los japoneses en Manchuria, avanzando por la península
de Corea. Japón, acorralado, procura rendirse bajo algunas mínimas
condiciones, pero sus interlocutores norteamericanos quieren la
“rendición incondicional” y, sin razones valederas para tan
tremenda monstruosidad, eligen dos ciudades de muy alta densidad
de población y las volatilizan con sendas bombas atómicas. Es
obvio que Japón estaba vencido y que, a lo sumo, hubiera
bastado mostrarles el poder devastador de esa arma, en una zona
desierta, para que se rindieran ya sin condición alguna. No
obstante, como hubiera hecho cualquier otro estado fascista o
imperial, arrojaron la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki –sin
preocuparse de las víctimas- para atemorizar a su aliado soviético,
al cual iban rápidamente a cercar.
VII
De
la obra del afamado Keisuké Kinoshita, nada ha llegado a
nuestro país. Sabemos de su especialidad en la “comedia
blanca”. Sadoul, en su diccionario de cineastas, nos dice que
abordó diversos géneros, desde el Nuevo Realismo hasta la ópera
legendaria. Se le atribuye haber declarado: “Cada nuevo film
es para mí un intento de hacer algo que nunca he hecho. No soy
como esos realizadores que dicen: Wyler nos ha mostrado el
camino, sigámosle. Si alguien ha logrado algo, entonces a mi ya
no me interesa”. Rodó
el primer film en colores de Japón, LA
VUELTA DE CARMEN (1949). De los años de la posguerra nos
llegó un film trágico, notable, que reconstruía el holocausto
nuclear, HIROSHIMA
(1953) de Hideo Sekigawa, un documental reconstruido del horror
vivido por Japón, con la participación de la población
superviviente. En otro tono, un hálito exótico, Hiroshi
Inagaki, veterano realizador que comenzara su carrera a fines
del cine mudo, especialista en temas históricos, nos brindó
dos hermosas piezas de cine en color, ambas interpretadas por el
que iba a ser una figura internacional: Toshiro Mifune. EL
HOMBRE DEL RISHAW representa la vida cotidiana de un
conductor de rishaw, esos vehículos típicos de las ciudades
orientales, tirado a mano por un hombre que presta su tracción
a sangre. El film es bastante melodramático, pero muy bello de
formas y refleja ceremonias y tradiciones japonesas, como la
fiesta del Gion. El otro film de Inagaki incursiona por épocas
del Japón legendario, se titula LOS
TRES TESOROS y es un hermoso film de tono fantástico,
realzado –al igual que el anterior- por el vigor
interpretativo de Toshiro Mifune.
En
Occidente, es muy habitual, que debamos juzgar la obra de un
director japonés por un solo film. Así, Tadashi Imai nos
deslumbró con su LA
TORRE CONMEMORATIVA DEL EJERCITO
DEL LIRIO, film que basa su relato en un episodio auténtico
de la Segunda Guerra Mundial, el desembarco norteamericano en la
isla de Okinawa, la mayor del archipiélago de las Riu-Kiu,
donde los norteamericanos se encontraron con alumnas
adolescentes en excursión y las exterminaron.
De Kaneto Shindo se conoció más. Sadoul, en su
"Historia del Cine Mundial”, nos habla de las excelencias
de LOS HIJOS DE HIROSHIMA
(1953), una de las primeras obras de Shindo de más que
significativo título. Aquí se conocieron otras tres obras, la
más destacada de ellas fue la inefable LA
ISLA DESNUDA
(1961), film autobiográfico, en el cual nos describe la vida
cotidiana de sus padres, afincados en un islote rocoso del Mar
del Este/Mar del Japón (ver nota **), que no disponía de agua
dulce. Así, la pareja dedicada a las tareas agrícolas, debía
acarrear incontables barriles con agua de tierras vecinas.
Shindo quiso que en su film no se pronunciara una sola palabra,
sólo ruidos y música en la banda sonora. La imagen potenciada
de la sacrificada existencia de la pareja y de sus hijos. En
montaje alterno vemos a la madre trayendo en un bote los
barriles con agua y al padre volcándola sobre una tierra
insaciable, en un proceso ritualizado por la cámara, que
recuerda al de Sísifo y su roca.
El lirismo de Shindo remata en la muerte de uno de los niños,
en que la isla entera – tomada a contraluz- se “enluta” en
señal de duelo. De Shindo llegó también, años después, EL
AGUJERO (1964), film cuyo mayor mérito es la originalidad
de su argumento y la ambientación en pozos cavados en la
tierra, como en una edad prehistórica, con una pareja de
mujeres protagónicas y un ausente, el codiciado varón. El
tercer film estaba ambientado en el Japón moderno, de
hacinamiento y de drogas.
De
Iroshi Teshigahara, hombre de gran talento, que dirige desde
1960, nos llegó una sola obra, pero ejemplar.
Se trata de LA
MUJER DE ARENA (1963), un singular relato alegórico, pleno
de implicaciones simbólicas. Un entomólogo vaga por los
arenales de una costa marítima en busca de insectos raros, con
la secreta esperanza de hallar una especie desconocida, y llegar
así a figurar con su nombre en las enciclopedias. Esa es su razón
para vivir. Pero, en lugar de hallar ese insecto descubre un
extraño poblado de hombres que habitan en las arenas.
No en la superficie, azotada por el viento y agobiada por
el calor, sino en pozos, grandes excavaciones en donde edifican
–aisladamente-, sus casas de madera, rodeadas de un estrecho
espacio vacío. Los aldeanos le brindan hospitalidad... y le
tienden una trampa. Son pocos y no pueden darse el lujo de tener
mujeres sin pareja. Por lo tanto, lo alojan a la hora de la
siesta, en casa de una joven viuda. Al despertar queda extasiado
y sorprendido: la mujer duerme absolutamente desnuda y la arena,
que remueve el viento y arroja sobre el tejado, filtra por los
intersticios y cae, adhiriendo a la piel transpirada de la
mujer, que adquiere así el extraño aspecto de una viva
escultura de arena. Al promediar la noche, nuevamente dormido,
es despertado por un rumor de trabajo: la mujer se ha levantado
y se dedica a una insólita tarea digna de Sísifo. Debe palear
la arena caída durante el día y cargarla en cubos –que los
aldeanos le bajan desde el exterior-, para impedir que la casa
sea sepultada. Por la mañana, el entomólogo, se da cuenta de
que está atrapado allí y que no tiene forma de escapar. Pero
la prisión es compartida: la mujer le explica que su situación
es de pareja obligada de ella. El hombre se enfurece, trata de
huir. Pero, ante su impotencia, con el correr de los días, el
placer carnal y la compañía de la mujer, se va resignando.
Busca, entonces, con qué entretenerse y una casualidad lo pone
sobre la pista de cómo extraer agua de la humedad de las
arenas. A esta altura del relato, comenzamos a sospechar que
este extraño esquema empieza a parecerse demasiado al proceso
de adaptación de cualquier hombre a los imperativos de la vida.
Y cuando el nacimiento de su hijo hace que se lleven a la mujer
para el parto, los aldeanos dejan intencionalmente la escala
puesta, obviamente para que opte... y ya no puede irse. Bastarán
una radio y sus pequeñas investigaciones para ocupar sus días.
¡Qué contraste entre la trivial vanidad de figurar en una
enciclopedia y la tremenda carnalidad de una mujer, y el
instinto paternal desatado por un hijo! “Idealizar la vida es
rebajarla”, decía Joseph Conrad.
Otro
de los buenos realizadores japoneses es, sin dudas, Masaki
Kobayashi, del cual se han visto, por lo menos, siete films. ¡Todo
un record para un director japonés!. El primero cronológicamente
es LA CONDICION HUMANA,
realizada entre 1959 y 1961. En realidad se trata de un tríptico:
“No hay amor más grande”, “El camino hacia la
eternidad” y “La plegaria del soldado”, tres films que en
su conjunto insumen más de ocho horas de proyección. Un enorme
fresco sobre la guerra más grande de la historia. El personaje
central está interpretado por uno de los grandes actores
japoneses, Tatsuya Nakadai, que encarna a un ingeniero enviado a
Manchuria, durante la ocupación, enfrentándose con los
militares, profesionales de la guerra empeñados en obtener el máximo
rendimiento de la población china, a los fines de los intereses
del Imperio del Sol Naciente. Y deben recurrir
“inevitablemente” a la crueldad, para lograr su objetivo.
Finalmente, nuestro antihéroe, va a parar –castigado- a las
ciclópeas defensas japonesas en el norte de Manchuria, en el
momento en que los rusos, vencidos ya los alemanes, se aprestan
a arrasarlas. Vemos a los soldados eslavos ametrallando los
agujeros desde donde se escuchan los ayes de dolor de los
heridos: la lógica de la guerra –los soviéticos habían
perdido veinte millones de hombres-, “impide” tener piedad
con el enemigo. Monumental film sobre los “desastres de la
guerra”.
Stalin
mantuvo, en todo el transcurso de la guerra con Alemania, a
pesar de los momentos críticos de esa lucha, un ejército de un
millón de hombres en el extremo oriental de Siberia, en
prevención de un ataque japonés aliado de Alemania. Pero ese
ataque no se produjo ya que los nipones priorizaron la conquista
de China y del sur de Asia, lo que evitó así una posible unión
con los ejércitos del Eje a través de la extensa Siberia.
En
años sucesivos Kobayashi realiza dos films extensos, épicos,
rituales, ambientados en el pasado: HARAKIRI
(1963) y REBELIÓN
(1966). El primero, más sabio y ritual, rinde menos al espectáculo.
El segundo, con Mifune como protagonista, es un film atractivo
pero algo exagerado, a la manera de un western. El escritor inglés,
de origen polaco, afincado durante muchos años en Japón,
Lafcadio Hearn, abordó en su obra literaria costumbres y
leyendas del antiguo Japón, y Kobayashi decidió adaptar sus
cuentos orientales llamados “Kwaidan” (El más allá),
hermoso film en episodios y color. Pero la pieza de estilo del
realizador es LA TABERNA
DEL INFIERNO (“Pavana para un hombre acabado”) (1968),
con un magnífico protagónico de Tatsuya Nakadai. La lucha de
un marginal contra la indignidad de los detentadores del poder,
contra una sociedad organizada, con sus funcionarios siempre
corruptos y sus fuerzas represivas para imponer la injusticia.
Aquí la belleza formal y la hipérbole están al servicio de
una épica deslumbrante.
Allá
por los años sesenta surgió una nueva personalidad del cine
nipón: Kon Ichikawa. EL
ARPA BIRMANA (1956) tuvo gran resonancia por tratar de la
Segunda Guerra Mundial desde el bando japonés y, además, desde
un punto de vista auténticamente religioso, místico, un
alegato antibélico budista, en el que un soldado japonés en
Birmania, ante las innumerables masacres de la guerra, decide
ocuparse de incinerar las montañas de cadáveres diseminados
por los campos de batalla.
El siguiente film estrenado de Ichikawa, PASIÓN
EXTRAÑA (1959), no tiene curiosamente conexión alguna con
el anterior. En primer lugar filma en color, logrando una plástica
de excepción –en tonos mate-, y en segundo lugar aborda, en
un tono cínico, el drama intimista de una familia a la que, un
joven médico –interpretado por Nakadai-, encontrándose con
un hombre mayor que no se resigna a la pérdida de su potencial
erótico, hace que
su mujer –más joven- pose desnuda, haciéndole llegar las
fotos al joven que novia con la hija. El planteamiento estilístico
es notable y son recordables la metáfora del acople de los
vagones ferroviarios, sirviendo de elipsis al del joven médico
con la hija del matrimonio y, sobre todo la secuencia final,
cuando el hombre postrado por un ataque, pide por señas a su
mujer que se desnude una vez más ante él, a lo que la mujer
accede, no tanto para complacerlo como para ultimarlo, en un
acto de refinada crueldad. Una cámara subjetiva va ascendiendo
por las piernas desnudas de la mujer y –por sobreimpresión-
pasamos a la imagen de un desierto de extrema aridez. Es de
acotar que en los años dos mil, se ha realizado una
retrospectiva de diez películas del realizador y, -relativizando
extremadamente el juicio ante la obra de un realizador que
cuenta con más de ochenta films-, daría la impresión que esos
dos únicos films distribuidos, eran de lo mejor de su obra.
Dos
imágenes del Arpa birmana, obra de Kon
Ichikawa.
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Otro
director, ahora veterano –se inicia en 1958-, de merecido
prestigio es Soei Imamura, del que se ha podido ver una
retrospectiva en el año dos mil. Realizador de gran talento, se
había exhibido ya de él LA
BALADA DE NARAYAMA, merecedora de premios internacionales.
Film con un destacable trabajo en color, ambientado en la norteña
isla de Hokaido de clima riguroso, en la que Imamura describe la
dura vida de los aldeanos en lucha con la inclemente naturaleza,
la madre educadora. Película cruda, con escenas de zoofilia y
otras de gran crueldad, como esa costumbre aldeana de llevar a
los ancianos a la montaña nevada de Narayama, para despeñarlos
cuando ya son inútiles. Costumbre aceptada, incluso, por las
mismas víctimas. La tremenda visión del realizador sobre la
condición humana, está simbolizada en la potente imagen de un
ave rapaz acechando a su presa, en un crepúsculo de sangre.
De
la producción más actual de Imamura, en la década de los
noventa, hemos podido ver dos films: LA
ANGUILA y DR HIGADO.
La primera se inicia como tragedia, en la que un hombre engañado
por su esposa la sorprende y la extermina, para luego, tras la
excarcelación del personaje, pasar a un registro de comedia. DR
HIGADO es la biografía de un médico investigador, que debe
actuar durante el militarismo de guerra y enfrentarse con la
incomprensión y la intransigencia.
VIII
Hacia
los años sesenta surgieron en Japón, como en Occidente,
movimientos renovadores. La personalidad más destacada, de las
que han llegado hasta nosotros,
es la de Nagisa Oshima que, tras dirigir varios films
cuestionadores, alabados por Kurosawa, realiza un díptico
original, notable, de muy fuerte contenido erótico. EL
IMPERIO DE LAS PASIONES
es el mejor de los dos, por su plástica del color, por su
creatividad de imágenes y por su planteo dramático.
Una mujer casada con un sacrificado conductor de rishaw,
sufre por insatisfacción amorosa y se ve tentada por la
presencia de un hombre joven, un militar que vuelto de la
guerra, vaga por la aldea, sin ocupación y deseoso de una
mujer. La pasión
se desata con insólita violencia y poco después el esposo engañado
estorba a la plenitud carnal de los amantes, que deciden
eliminarlo. Lo estrangulan entre los dos con una cuerda –sin
odiarlo- y arrojan su cadáver en uno de los muchos pozos
excavados en el bosque para la búsqueda de agua y otrora
abandonados. La sociedad ha seguramente impuesto el casamiento
de la mujer e impide su separación, por lo tanto el asesinato o
el renunciamiento son las únicas salidas que le ofrece. El
crimen se interpone entre los amantes y, descubiertos, son
condenados a morir apaleados. El realizador demuestra con
elocuencia, cómo los condicionamientos sociales determinan el
accionar de los seres, más allá de ridículas idealizaciones.
La
segunda parte del díptico, EL
IMPERIO DE LOS SENTIDOS, es una película totalmente atípica.
Su distribución fue problemática, ya que se trata de un tema
extraído de la crónica de un hecho real, pero cuyo
planteamiento de sexo explícito cae en el campo del cine
condicionado. Se desarrolla el film en ámbitos cerrados, en los
que un hombre y una mujer van avanzando en el ceremonial erótico
hasta niveles transgresores, en los que el sufrimiento se
utiliza para aumentar el placer. Van pasando así de una esfera
a otra. Ella le pide que le apriete el cuello en el momento del
orgasmo, pero él no puede avanzar por ese camino. Ella, más
decidida, lo reemplaza y con el consentimiento del hombre,
sobrepasa el límite en que el placer se confunde con la muerte.
Luego, enajenada, le corta los órganos genitales y los guarda
en el suyo. Una atmósfera densa, enfermiza, que llama a
secretos trasfondos psicológicos, en donde se sienten
inquietantes resonancias. Esto sucedió, por lo tanto hay que
incluirlo en el campo de lo humano. En esos límites el film se
emparenta, en ciertos aspectos, con el “Querelle” de
Fassbinder y con “Portero de noche” de la Cavani.
Ambitos
de densidad y erotismo profundos aborda también IREZUMI
(“La mujer tatuada”). Una mujer joven, cuyo amante desea
vehementemente que ella tatúe su cuerpo, como se aprecia en los
viejos grabados, busca en la tradicionalista ciudad de Kioto
–la antigua capital-, a un veterano maestro que conoce los
secretos de ese arte. A pesar de estar retirado desde hace
tiempo, ante los ruegos de la mujer, el viejo maestro consiente
en realizar el tatuaje. Pero a la vieja usanza, un método de
trabajo que incluye, para paliar el dolor, un ingrediente erótico,
al que la mujer se somete. Y, ese clima de dolor y placer
ritualizados, llega al espectador como una emanación morbosa,
de potente sensualidad. Pero, a su vez, como algo intensamente
humano, porque en esos límites, entre el dolor y el placer, se
desarrolla nuestra existencia.
Otro
film japonés interesante, exhibido en los años setenta,
fue CASTILLO DE
ARENA. Se presentaba, en primera instancia, como un film
policial en torno a un crimen. Un grupo de investigadores tratan
de esclarecer el asesinato de una mujer. Tras diversas
peripecias se reúne el equipo investigador, en torno a una
mesa, y se vuelcan las pruebas que han llevado hasta el
culpable: un director de orquesta. Estamos a mitad del film y,
aparentemente no hay más nada que decir. Falta solamente la
palabra "Fin". Pero he ahí que el film toma otro
rumbo, tendiente a dilucidar qué ha llevado al culpable a esa
situación criminal, y la obra se transforma de un superficial
film de género, en un drama. Rastreado los móviles
–reflejados en la composición musical de la que el hombre es
autor-, la película parece concluir una vez más. Pero no es así.
Falta un epílogo que nos remonta a los inicios de la vida de
ese hombre, a los arcanos simbólicos de su creatividad, al
“santa santorum” de su inconsciente, al paraíso perdido de
su infancia, y la realización alcanza entonces –por
inesperado- inefables niveles ontológicos.
IX
Cabría
ahora abordar la extensa obra –por conocida- de Akira Kurosawa,
el director japonés de mayor prestigio internacional.
Nacido en 1910, se aproxima a la carrera militar, pero
fue el Arte el que finalmente lo sedujo y la pintura fue su
primera pasión. En
1930, con sólo veinte años, lo vemos enrolado en una asociación
de “Artistas proletarios” de orientación izquierdista.
Durante esa década comienza a trabajar en los estudios
cinematográficos para ganarse la vida. Aborda distintas tareas,
mientras se va afianzando como guionista y asistente de dirección.
Al comenzar los cuarenta ya ha adquirido una valiosa
experiencia, que lo lleva a asumir la máxima responsabilidad.
Dirige un díptico durante los años de guerra, LA
ACADEMIA DE YUDO, y un film de colaboración al esfuerzo bélico
de su país, LO MÁS
BELLO, ambientada en una fábrica - en la que trabajan
mujeres en ausencia de los hombres-, donde establece su primer
contacto con el actor Takashi Shimura.
Adapta una obra del repertorio clásico japonés, LOS
QUE CAMINAN SOBRE LA
COLA DEL TIGRE, en cuyo reparto figura Masayuki Mori, además
de Shimura. En las tres películas realizadas entre 1946 y 1947,
se afirma Kurosawa en el dominio de su oficio, para realizar a
continuación otros tres de muy buen nivel dramático: EL
ANGEL EBRIO, EL DUELO
SILENCIOSO y PERRO
RABIOSO, los tres con protagónicos del maduro Takashi
Shimura y un joven Toshiro Mifune. En estos films se pone de
manifiesto el sentido moral, humanístico, que habrían de
caracterizar la obra de Kurosawa, a la vez que adquiere relieve
la potencia de su encuadre y la solvencia del montaje, del que
se hace directamente cargo.
Mil
novecientos cincuenta es un año clave, no sólo para la obra de
Kurosawa sino también para el cine japonés, poco menos que
desconocido en Occidente. En ese aspecto, debemos ponderar la
beneficiosa labor de acercamiento con el cine oriental, de los
Festivales realmente internacionales de Venecia y Cannes. Al
recibir el León de Oro en Venecia, RASHOMON
abrió las puertas de Occidente para el cine japonés a niveles
de Arte, no de comercio. Deseamos incluir un párrafo sobre los
equívocos a que conduce cierta crítica que hace de su oficio
campo para la excentricidad y el capricho. En “Cuadernos de
cine”, los críticos franceses que pretendieron elevar a
Hitchcock al nivel de un creador, que ignoraron a Bergman en una
larga primera etapa, descalificaron también a Kurosawa en
nombre de Mizoguchi. André Bazin, ese grande de la crítica, de
un nivel cultural apropiado a su oficio, puso rápidamente las
cosas en su lugar remitiendo a Hitchcock a los niveles que nunca
trató de sobrepasar y a Kurosawa al suyo, como uno de los
mejores directores japoneses y, muy pronto, el mayor de todos,
sirviendo de enlace -gracias
a su cultura universal- entre Oriente y Occidente.
Parte
del equívoco se produjo por el hecho de que, la estructura
narrativa de RASHOMON
es del tipo que en Occidente solemos llamar “pirandelliana”
y la música tenía cercanías con el “Bolero” de Ravel. No
obstante, las virtudes del encuadre, especialmente su potencia,
y la solvencia del montaje, para un relato fluido, lleno de
sugerencias e implicaciones, nos hablan de un director del que
se puede esperar una obra maestra suponiendo que, debido a
cierto aspecto retórico, RASHOMON
no lo sea. Si su versión de EL
IDIOTA de Fedor Dostoievski es “la mejor fuera de
Rusia”, según afirma Sadoul –cabría preguntarse si la de
Ivan Pyriev puede parangonarse con la de Kurosawa-, VIVIR
(1952) es un film de excepción, de una fuerza y un vigor
narrativo inusual. Bazin alaba el alarde formal que supuso
cortar el relato en mitad del metraje para prolongarlo, muerto
el protagonista, en los testimonios de los asistentes a su
velatorio. El film - impensable sin el protagónico de Takashi
Shimura- hace conocer, al confrontarlo con RASHOMON,
constantes temáticas y estilísticas del realizador como sus
cortinillas barriendo horizontalmente el cuadro, encerrando
precisas elipsis que hacen a sus síntesis narrativas; tendencia
hacia la caricatura en la presentación de ciertos tipos
humanos, crítica constructiva pero nada complaciente,
referencias al arte occidental –en este caso al Fausto y a la
plástica de Van Gogh. El remate lírico termina de perfilar a
un creador de dimensión internacional.
|
Imagen
de La balada de Narayama,
obra mencionada más arriba del director Soei Imamura. |
Ese
perfil se afirma definitivamente en LOS
SIETE SAMURAIS (1955), obra épica monumental, que engarza
el relato central con digresiones en forma de parábolas
orientales, en las que Kurosawa trabaja con un nutrido equipo de
actores, todos de parejo nivel, entre los que se destaca la
personalidad de Toshiro Mifune, pero el que aún debe rendir
pleitesía a la maestría actoral de Takashi Shimura. CRÓNICA
DE UN SER VIVO (1956), es el único film –salvo los
primeros- que no tuvo distribución en nuestro país; cabría
preguntarse si le ha sido silenciosamente negada en razón de su
tema, las reacciones de un anciano japonés ante la contaminación
de las aguas del Pacífico, por las experiencias atómicas
norteamericanas en la isla Vikini, con las primeras Bombas de
Hidrógeno. Al año
siguiente, 1957, decide trasladar el “Macbeth” de
Shakespeare al largo medioevo japonés y realiza TRONO
DE SANGRE (o “El castillo de la araña”), con Toshiro
Mifune, ya plenamente identificado con el realizador, en su
noveno trabajo en común. Se
trata de una de las obras formalmente más creativas de Kurosawa,
una de las mejores adaptaciones del dramaturgo inglés y, a la
vez, tan oriental que motivó la afirmación de Orson Welles de
que Kurosawa, aunque adaptara a Shakespeare, hacía siempre cine
japonés. No fue tan acertada su adaptación de LOS
BAJOS FONDOS de Máximo Gorki pero, a pesar de ello, no
desmerece la comparación con la realizada por Jean Renoir en
1936.
Más
brillo estilístico tuvo LA
FORTALEZA ESCONDIDA (1959) siendo, sin embargo, más
superficial. Con LOS
MALVADOS DUERMEN BIEN (1960), que trata sobre temas críticos
de gran trascendencia social –la corrupción política-,
ocurre que, al menos en la versión distribuida, adolece de
ciertas deficiencias estructurales que amenguan su impacto estético.
Superficiales son sus tres films siguientes. Los dos primeros, YOJIMBO
y SANJURO, son algo
parecido a westerns orientales, virtuosos estilísticamente,
pero productos sin profundidad que contaron, eso sí, con la
solvencia interpretativa de Toshiro Mifune y Tatsuya Nakadai. El
tercero es un buen film policial, incluso con un buen tema, pero
no explotado en todas sus posibilidades.
Mucha
más envergadura tiene su BARBARROJA
(“Bondad humana", 1965), sobre el tema, esencial a la
obra de Kurosawa, de una épica de la bondad, tan típica del
realizador que seguramente –por la contraria-,
haría suyo aquello de: “Demasiado blando para ser
bueno”. A pesar de sus innegables valores podría acotarse
que, por momentos, apela demasiado a los sentimientos del
espectador, aproximándose por un lado equivocado al melodrama.
Hasta aquí, la carrera regular de Kurosawa en el campo de las
grandes productoras japonesas. Pero, su inflexible honestidad
artística lo lleva a no conceder más a las imposiciones
comerciales y demora varios años en organizar una productora
independiente, para la que realiza un solo film, EL
LOCO DEL TREN, un hermoso y significativo film, un rosario
de cuentos llenos de enseñanzas morales y reflexiones sobre la
vida social y la “evolución” histórica de su patria.
La
quiebra de su productora –una cooperativa-, y un intento de
suicidio, lo alejan de los sets durante un quinquenio. En 1975
recibe una inesperada propuesta de la Unión Soviética, para
plasmar en imágenes los relatos de un capitán topógrafo del
ejército zarista que, a comienzos del siglo XX, traba relación
con un habitante de los bosques, el cual ha desarrollado una ética
de conducta, de respeto a los hombres y la naturaleza, superior
a la de los hombres que se autodenominan “civilizados”. DERZU
UZALA, al que la industria de Hollywood concede un Oscar,
probablemente con la mezquina intención de quitar
a su enemigo
el mérito de haber reivindicado al gran humanista japonés.
Tras otro lustro sin filmar, recibe otra oferta (seis millones
de dólares), un homenaje seguramente más sincero de otros
cineastas –Coppola, Lukas- con los cuales realiza una nueva
obra maestra: KAGEMUSHA
("La Sombra del Guerrero"), ambientada en una etapa
del medioevo japonés –correspondiente al Renacimiento en
Occidente-, en que la lucha clánica va llevando a la unificación
del país bajo un solo estado, y en que las potencias europeas
comienzan a incursionar por el lejano Oriente, a traficar con
sus armas de fuego y hacer conocer sus exóticas religiones. Un
friso de la tragedia de la historia, mechado con escenas
picarescas al estilo shakespeareano. El film obtiene la Palma de
Oro en el Festival de Cannes.
Con
el aval de ese triunfo, consigue llevar adelante un viejo
proyecto RAN, la
adaptación de “El rey Lear” de Shakespeare. Obtiene un
presupuesto de diez millones de dólares de un productor francés.
Con lo que en Hollywood producen un film de bajo presupuesto, él
pergeña una obra monumental, reconstruye una época. La expresión
de su plástica alcanza aquí las más altas cotas de belleza,
una de las cimas del cine en color y Kurosawa se erige como el más
grande pintor de batallas en la historia del cine, logrando a su
vez, la certera imagen de una especie insólitamente agresiva,
de cuyos sombríos ejércitos emana un zumbido de insectos, un
rumor de enjambres, cuyos instintos no conocen de la piedad. Un
ser ciego, cuyos instintos superan toda racionalidad, tanteando
el borde de un abismo.
Las
advertencias se hacen más explícitas en SUEÑOS
(1990), un rosario de relatos pergeñados por Kurosawa que van,
de los clásicos cuentos admonitorios, respecto a los castigos a
que se hace merecedora la curiosidad excesiva, a los que no
respetan a la naturaleza, sobre la necesidad del esfuerzo contra
todo desaliento. Para pasar inmediatamente de los “perros de
la guerra” a los demonios desatados por la fusión del átomo.
Cerrando su relato con una reivindicación de una vida más
natural, más acorde con las necesidades reales del hombre, que
nada tienen que ver con esta cholula e irresponsable sociedad de
consumo, que está “globalizando” el planeta, empobreciéndolo
y volviéndolo inhabitable.
Con
más de ochenta años haría aún Kurosawa dos películas más: RAPSODIA
EN AGOSTO y MADADAYO.
Nuevos intentos de poner las cosas en su lugar, en cuanto a los
verdaderos valores, que hagan de la vida humana algo digno y un
llamado a la memoria de los desastres provocados por la ceguera
voluntaria de un mundo que ha “resuelto” sus problemas con
dos guerras mundiales; que persiste en resolver todo por la
fuerza y que pretende ignorar a ese símbolo, que constituyen
los dos mil niños de una escuela de Nagasaki volatilizados por
la bomba.
Lo
que RAPSODIA EN AGOSTO
lo da por lo negativo –la desmemoria voluntaria-, MADADAYO
lo da por lo positivo, afirmando los valores de la honradez
intelectual, del agradecimiento. Cuentan que cuando Kurosawa
visitó a Federico Fellini en Italia,
éste hizo que le tradujeran la palabra “maestro”
como saludo. Y, Kurosawa, imbuido de la nobleza del término en
la tradición de su país, le devolvió el cumplido, tan
merecido en un caso como en otro. (*)
Los
47 Ronis, obra de Kenji Mizoguchi, inspirada en unos
de los hechos más conocidos de la historia samurai.
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(*)
Fuente: Alfredo
Domingo Colozzo, "Reseña histórica del cine
japonés", editado anteriormente en
http://www.academiadelapipa.org.ar,
interesante página cultural.