Junichiro Tanizaki

 

 

 EL ELOGIO DE LA SOMBRA

Por Junichiro Tanizaki 

 

Interior de una casa de té japonesa, en Kyoto. El hueco de la pared del fondo, el toko no ma, alberga una pintura, y se envuelve en la sombra. El culto de la sombra, para Tanizaki, constituye uno de los rasgos principales de la sensibilidad estética del Japón tradicional. (Imagen en angelfire.com)

 

   Junichiro Tanizaki (1886-1965) fue uno de los más destacados novelistas del Japón. Es autor de Hay quien prefiere las ortigas (1955), Las hermanas Makioka (1957) y La Llave (1961). El elogio de la sombra (1933) es su ensayo más trascedente. Aquí emerge el conocimiento del arte japonés atravesado por una tradición ancestral. Tanizaki se concentra en una reflexión sobre la arquitectura tradicional nipona. El método comparativo, la indicación de diferencias respecto al Occidente, permite la mayor comprensión del específico gusto estético japonés en relación con la construcción de templos, casas y objetos. El Occidente prefiere lo luminoso, lo pulido, lo resplandenciente y sin manchas, lo rectilíneo y armonioso. El Japón, en cambio, según advierte Tanizaki, opta por el poder sugestivo de la sombra y lo asimétrico. La penumbra, la opacidad, el espacio vacío, e incluso la pátina en los objetos, expresan un trasfondo profundo, cercano, que constituye las cosas. La penumbra, el claroscuro, las entonaciones de la sombra, liberan velados reflejos del vacío que el Japón tradicional, bajo el influjo del zen, intuye como la íntima trama del ser.

En este momento de Textos olvidados en Temakel presentamos tres momentos de la reflexión de Tanizaki sobre la potencia evocadora de la sombra.

E.I

 

 

 TRES MOMENTOS DE EL ELOGIO DE LA SOMBRA DE JUNICHIRO TANIZAKI

 

1. El objeto, la belleza de lo ennegrecido.

Aquí Tanizaki destaca la diferencia entre los objetos resplandecientes de la cultura occidental, y el gusto por la acumulación de la pátina en las cosass por la cultura china.

  " ...la vista de un objeto brillante nos produce cierto malestar. Los occidentales utilizan, incluso en la mesa, utensilios de plata, de acero, de níquel, que pulen hasta sacarles brillo, mientras que a nosotros nos horroriza todo lo que resplandece de esa manera. Nosotros también utilizamos hervidores, copas, frascos de plata, pero no se nos ocurre pulirlos como hacen ellos. Al contrario, nos gusta ver cómo se va oscureciendo su superficie y cómo, con el tiempo, se ennegrecen del todo. No hay casa donde no se haya regañado a alguna sirvienta despistada por haber bruñido los utensilios de plata, recubiertos de una valiosa patina.

   Recientemente se ha extendido la costumbre de emplear estaño para la cocina china y es muy probable que los chinos aprecien la propiedad que tiene ese metal de adquirir pátina. Cuando está nuevo recuerda al aluminio y la impresión que produce no tiene nada de agradable; los chinos nunca lo habrían adoptado si no envejeciera bien y no acabara por adquirir así cierta elegancia. Además, se pueden grabar poemas que, con la superficie ennegrecida por el estaño, forman un conjunto perfecto. En una palabra, en más de los chinos ese metal ligero, vulgar y chillón se ha convertido en un material denso y de buena ley, de reflejos profundos como una cerámica.

    Los chinos también aprecian esa piedra llamada jade: ¿acaso no es preciso ser extremo-oriental, como nosotros, para encontrar atractivos  esos bloques de piedra extrañamente turbios que atesoran en lo mas recóndito de su masa unos fulgores fugaces y perezosos, como si se hubiese coagulado en ellos un aire varias veces centenario? ¿Qué es lo que nos atrae en esa piedra que no tiene ni el colorido del rubí o de la esmeralda ni el brillo del diamante?  Lo ignoro, pero ante esa turbia superficie, siento que esta piedra es específicamente china, como si su cenagoso espesor estuviese formado de aluviones depositados lentamente desde el pasado lejano de la civilización china, y tengo que reconocer que no me sorprende la predilección de los chinos por esos colores y sustancias" (*).

2. El templo, la casa, la difusión de la luz y el efecto de la sombra.

El escritor japonés subraya aquí un modo tradicional de construir templos y casas mediante la incorporación del elemento estético-espiritual de la sombra. La sombra no es lo opuesto de la luz sino el efecto de la progagación difusa y tenue de lo luminoso.

  "...Soy totalmente profano en materia de arquitectura pero he oído que en las catedrales góticas de Occidente la belleza residía en la altura de los tejados y en la audacia de las aguijas que penetran en el cielo. Por el contrario, en los monumentos religiosos de nuestro país, los edificios quedan aplastados bajo las enormes tejas cimeras y sus estructuras desparece por completo en la sombra profunda y vasta que proyectan los aleros. Visto desde fuera, y esto no sólo es válido para los templos sino también para los palacios y las residencias del común de los mortales, lo que primero llama la atención es el inmenso tejado, ya esté cubierto de tejas o de cañas, y la densa sombra que reina bajo el alero.

 Tan densa, que a veces en pleno día, en las tinieblas cavernosas que se extienden más allá del alero, apenas se distingue la entrada, las puertas, los tabiques o los pilares. En la mayoría de los edificios antiguos, y lo mismo sucede con las imponentes construcciones como el Chion'in (1)  o los Honganji (2), así como con cualquier granja perdida en la profundidad del campo, si se compara la parte inferior, debajo del alero, con el tejado que la forma, se tiene la impresión, al menos visual, de que la parte más maciza, las más alta y externa es el tejado.

 Por eso, cuando iniciamos la construcción de nuestras residencias, antes que nada desplegamos dicho tejado como un quitasol que determina en el suelo un perímetro protegido del sol, luego, en esa penumbra, disponemos la casa. Por supuesto, una casa de Occidente no puede tampoco prescindir del tejado, pero su principal objetivo consiste no tanto en obstaculizar la luz solar como en proteger de la intemperie; se le construye de manera que difunda la menor sombra posible y un simple vistazo a su aspecto externo permite reconocer que se ha intentado que el interior este expuesto a la luz del modo más favorable. Si el tejado japonés es un quitasol, el occidental no es más que un tocado. Como en una gorra, los bordes están mermados que los rayos directos del sol pueden dar en los muros hasta el nivel del tejado.

  Si en la casa japonesa el alero del tejado sobresale tanto es debido al clima, a los materiales de construcción y a diferentes factores sin duda. A falta, por ejemplo de ladrillos, cristal y cemento para proteger las paredes contra las ráfagas laterales de lluvia, ha habido que proyectar el tejado hacia delante de manera que el japonés, que también hubiera preferido una viviendo clara a una vivienda oscura, se ha visto obligado a hacer de la necesidad virtud. Pero eso que generalmente se llama bello no es mas que una sublimación de las realidades de la vida y así fue como nuestros antepasados, obligados a residir, lo que quisieran o no, en viviendas oscuras, descubrieron un día lo bello en el seno de la sombra y no tardaron en utilizar la sombra para obtener efectos estéticos.

 En realidad, la belleza de una habtiación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio. Al occidental que lo ve le soprende esa desnudez y cree estar tan solo ante unos muros grises y desprovistos de cualquier ornato, interpretación totalmente legítima desde su punto de vista, pero que demuestra que no ha captado en absoluto el enigma de la sombra. 

 Pero nosotros, no contentos con ello, proyectamos un amplio alero en el exterior de esas estancias donde los rayos de sol entran ya con mucha dificultad, construimos una galería cubierta para alejar aún más la luz solar. Y, por último, en el interior de la habitación, los shoji no dejan entrar más que un reflejo tamizado de la luz que proyecta el jardín.

 Ahora bien, precisamente esa luz indirecta y difusa es el elemento esencial de la belleza de nuestras residencias. Y para que esta luz gastada, atenuada, precaria, pintamos a propósito con colores neutros esas paredes enlucidas. Aunque se utilzan pinturas brillantes para las cámaras de seguridad, las cocinas o los pasillos, las paredes de las habitaciones casi siempre se enlucen y muy pocas veces son brillantes. Porque si brillaran se desvanecería todo el encanto sutil y discreto de esa escasa luz.

 A nosotros nos gusta esa claridad tenue, hecha de luz exterior y de apariencia incierta, atrapada en la superficie de las paredes de color crepuscular y que conserva apenas un útlimo resto de vida. Para nosotros, esa claridad sobre una pared, o más esa penumbra, vale por todos los adornos del mundo y su visión no nos cansa jamás". (*)

(1) Monasterio de Kyoto, situado en las colinas al este de la ciudad, sede de la secta de la "tierra pura", fundada por el santo monje Honen (1133-1212). Precedida por una puerta monumental de 25 m de altura (la más alta de Japón), entre otras cosas contiene la famosa "sala de las mil esteras" y la tumba del santo fundador.

 (2) Nombre de dos grandes monasterios de Kyoto, el Honganji del este y el Honganji del oeste, sedes de dos ramas rivales de la secta amidista llamada jodo-shinshu o "escuela auténtica de la tierra pura".

 

3. El toko no ma

En la casa tradicional japonesa existe un hueco donde se coloca una pintura o un arreglo floral. La descomposición allí de la luz en sombra posee una poderosa vitalidad estética.

  "...Tenemos, por último, en nuestra salas de estar, ese hueco llamado toko no ma (1) que adornamos con un cuadro o con un adorno floral; pero la función esencial de dicho cuadro o de esas flores no es decorativas en sí misma, pues más bien se trata de añadir a la sombra una dimensión en el sentido de la profundida. En la propia elección de la pintura que colocamos ahí, lo primero que buscamos es su armonía con las paredes del  toko no ma, lo que llamamos un toko-utsuri. Por el mismo motivo, concedemos a su montaje una importancia similar a la del valor gráfico del caligrama o del dibujo, porque un toko-utsuri no armónico quitaría todo interés a la obra maestra mas indiscutible. En cambio puede suceder que una caligrafía o una pintura sin ningún valor en sí misma, colgada con el toko no ma de un salón esté en perfecta armonía con la habitación y que esta última y la propia obra queden por ello revalorizadas.

 ¿Pero en qué se, se preguntarán ustedes, consiste esta armonía cuando se trata de una sombra que es en sí misma insignificante? Reside habitualmente en el aspecto antiguo del papel, el color de la tinta o las resquebrajaduras del armazón. Se establece entonces un equilibrio entre ese aspecto antiguo y la oscuridad del toko no ma o de la propia habitación. Cuando visitamos los famosos santuarios de Kyoto o de Nara, nos suelen mostrar, suspendida en el toko no ma de una gran sala al fondo del todo, algún cuadro que dicen ser el tesoro del monasterio, pero es imposible distinguir el dibujo en ese hueco, generalmente tenebroso incluso en pleno día; por lo tanto no nos queda más remedio, mientras escuchamos las explicaciones del guía, que intenta adivinar los trazos de una tinta evanescente e imaginar que ahí sin duda, hay una obra espléndida. A pesar de ello se sabe muy bien que existe una armonía absoluta entre esa vieja pintura marchita y el oscuro toko no ma, que en definitiva no importa que su dibujo esté difuminado y que, por el contrario, esa imprecisión es de lo más adecuada.

 En un caso como éste, el cuadro no es en suma más que una superficie modestamente destinada a recoger una luz débil e indecisa cuya función es absolutamente la misma que la de una pared enlucida. Por eso, al elegir una pintura damos tanta importnacia a la edad y a la pátina, porque una pintura nueva, aun hecha con tinta diluida o con colores pálidos, si no nos damos cuenta, puede descubir la sombra del toko no ma.

  Si comparamos una habitación japonesa con un dibujo a tinta china, los shoji corresponderían a la parte en donde la tinta está más diluida, y el toko no ma al lugar en que está mas concentrada. Cada vez que veo un toko no ma, esa obra maestra del refinamiento, me maravilla comprobar hasta qué punto los japoneses han sabido dilucidar los misterios de la sombra y cuánto ingenio han sabido utilizar los juegos de sombra y luz. Y todo eso sin buscar particularmente ningún efecto determinado. En una palabra, sin más medios que la simple madera y las paredes desnudas, se ha dispuesto un espacio recoleto donde los rayos luminosos que consiguen penetrar hasta allí, engendran aquí y allá, recovecos vagamente oscuros. Sin embargo, al contemplar las tinieblas ocultas tras la viga superior, en torno a un jarrón de flores bajo un anaquel, y aun sabiendo que sólo son sombras insignificantes, experimento el sentimiento de que el aire en esos lugares encuentra una espesura de silencio, que en esa oscuridad reina una serenidad eternamente inalterable. En definitiva, cuando los occidentales hablan de los "misterios de Oriente", es muy posible que con ello se refieran a esa calma algo inquietante que genera la sombra cuando posee esta cualidad.

  Yo mismo, cuando era niño, si aventuraba una mirada al fondo del toko no ma de un salón o de una "biblioteca" adonde nunca llega la luz del sol, no podía evitar una indefinible aprensión, un estremecimiento. Entonces, ¿dónde reside la clave del misterio? Pues bien, voy a traicionar el secreto: mirando bien no es sino la magia de la sombra; expulsad esa sombra producida por todos esos recovecos y el toko no ma enseguida recuperará su realidad trivial de espacio vacío y desnudo. Porque ahí es donde nuestros antepasados han demostrado ser geniales: a ese universo de sombras, que ha sido deliberadamente creado delimitando un nuevo espacio rigurosamente vacío, han sabido conferirle una cualidad estética superior a la de cualquier fresco o decorado". (*)

(1) Literalmente "habitación del lecho, alcoba". Hueco practicado generalmente en la pared de la habitación principal, perpendicular al jardín y que desempeña un papel capital en la decoración de la casa japonesa tradicional. Ahí es donde se cuelga un cuadro escogido en función de la estación y se coloca algún objeto artístico de bronce o de cerámica, o algún adorno floral. El gusto de los dueños de la casa se juzga por la armonía conseguida entre estos tres elementos.

 

 

 

 

 

(*) Fuente de todas las citas: Junichiro Tanizaki, Elogio de la sombra, ed. Siruela (trad. Julia Escobar).